Tres décadas de “El Silencio de los Inocentes”
Una extraña película de San Valentín
Redacción
Publicado el 16 de Febrero de 2021
Hace unos días celebramos un San Valentín anómalo, con sana distancia, medidas de protección, la difícil ansiedad/soledad, pero también con un recordatorio mayor que las proyecciones de miedo y desconcierto que solo habitan en nuestras mentes: no existe otro día más que el actual. En efecto, fue una nueva oportunidad de disfrutar más allá del escenario. Por ejemplo, con algunos manjares especiales, una linda charla separados por algún vidrio o pantalla de protección, un juego intelectual, música clásica, una copa de vino (Chianti de preferencia) y, ¿por qué no?, el anhelo de sentir mariposas en el estómago.
No obstante, existen quienes profesan gustos un poco más retorcidos y son capaces de superar la fantasía, aunque sin humor. Nada románticos, parecen seguidores de las peores relaciones tóxicas, que los arrojan en una espiral descendente rumbo a una locura que prefiere esas delicias, pero con un sabor, digamos… humano.
Lo anterior es una ficción, aunque esos trastornados parezcan protagonistas de los rom-coms en los peores universos paralelos. Y es verdad que estas personas y posibilidades a veces encuentran puentes con nuestra realidad, como podemos observar en los titulares de los tabloides herederos del ¡Alarma! que exhiben lo más oscuro de nuestra naturaleza. No obstante, difícilmente existe algo relevante en los pasquines que rematan sus duras imágenes, de actos atroces y dolor humano, con una mofa, a diferencia de lo que sucede con clásicos que abordan estos temas, divierten y permiten reflexionar al respecto, el caso de un hito cinematográfico estrenado hace treinta años en el Día de San Valentín, El Silencio de los Inocentes.
“Siempre que sea posible, uno debe intentar comerse lo grosero”
En esta película, Jodie Foster interpreta a Clarice Starling, una de las mejores estudiantes de la academia de entrenamiento del FBI. Jack Crawford (Scott Glenn) quiere que Clarice entreviste al Dr. Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), un brillante psiquiatra que también es un psicópata violento, cumpliendo una vida tras las rejas por varios actos de asesinato y canibalismo. Crawford cree que Lecter puede tener una idea de un caso con un peligroso asesino en serie, Buffalo Bill, que tiene apresada a la hija de un senador, y que Starling, como una joven atractiva, puede ser solo el anzuelo para atraerlo…
Este thriller de asesinos en serie puede verse de forma insólita como una película alternativa de amor, si recordamos las dinámicas que presenta entre Hannibal Lecter y Clarice Starling. Cuando Clarice interactúa con Lecter al comienzo de la película, Lecter muestra una capacidad de encanto ambigua, con saludos y cortesía. A medida que avanza la conversación, la locura se hace presente a través de expresiones sutiles y pasivo-agresivas, un cambio en el tono de voz y el eventual acoso verbal del psiquiatra hacia Clarice. A la mitad de la historia, el preso, asimismo miembro en el pasado de la junta de la Filarmónica de Baltimore, le cita a la agente el estribillo de “People Will Say We’re in Love” de Rodgers y Hammerstein, fortaleciendo las sutiles implicaciones amorosas con la agente. Por no dejar, cabe decir que Lecter también es un seguidor de las “Variaciones Goldberg” de Bach.
En 1991 su realizador, Jonathan Demme (1944-2017), dijo del filme. “[Es] una historia de amor”, resaltando su curiosa fecha de estreno. Adaptado por el guionista Ted Tally del bestseller de Thomas Harris de 1988, el filme ganador de cinco premios Óscar, incluido el de mejor película, desafía a las películas de terror y thrillers policiales o psicológicos, si pensamos cómo incorpora los oscuros arquetipos románticos.
De tal manera, en buena parte de la película observamos un debate intelectual que mezcla la necesidad del Estado poderoso, representado por Starling, en una maniobra casi de amor que busca “el favor” de un individuo peligroso a quien supuestamente tiene bajo su poder, aunque este conozca las reglas y, sin apegos, tenga la libertad mental de jugar en su favor.
Algunas de las bases estructurales del filme parecen las de algún discurso amoroso realista, nada cursi y actual, más en una época en donde las cancelaciones olvidan la reparación del daño, el aprendizaje, las circunstancias, la redención-perdón, las posibilidades de cambio (que no aplican para Lecter ni otros), la compasión y sientan un precedente complejo si recordamos que nadie es perfecto.
La ilusión del amor
En El Silencio de los Inocentes a la vez observamos este carácter “romántico” en secuencias importantes. La seducción intelectual en ocasiones es escenificada a través de encuentros retratados con una serie de primeros planos de cada uno de los actores, alternados y que con la edición cross-cutting (cambio de tomas entre cada actor) hace que los personajes parezcan estar muy cerca, destacando a la mirada desesperada, dubitativa, hasta frágil pero directa y fuerte de una Starling que perdió a su padre asesinado cuando era una niña, en un tête-à-tête ante la mirada infatuada de un Lecter que cumple el rol del enamorado, pero también el de padre o mentor. No es uno u otro quizás, sino alguien que no tiene nada que perder y en realidad no juega, sobrevive a la prisión que habita.
Las escenas parecen de un amor no del todo correspondido pero inevitable, con una Starling que inicialmente no quiere estar ahí pero está necesitada, casi con apego (y que al visitar a Lecter abandona la tensión sexual que tenía con su compañero Jack Crawford) en pos de un bien mayor. En otra película observaríamos esto con los hijos o alguna emancipación personal como pretexto, por ejemplo, en Marriage Story (Noah Baumbach, 2019). En este caso, como dice The Ringer sobre una escena tras las secuencias mencionadas, “Cuando Starling es sacada de la celda de Lecter, los dos personajes de repente comparten el mismo marco, y Demme corta la toma a una parte de sus dedos tocándose mientras le entrega algunos documentos. ‘No pongas tu mano en la mía, la gente dirá que estamos enamorados’.”
“Una eternidad, esperé este instante”
De acuerdo a la misma publicación, Demme era un director que nunca conoció a un personaje que no le gustara y en otras películas mostró historias de amantes que no coincidían. Es una base de este clásico, sobre todo desarrollado con los arquetipos del terror y thriller. No parece una decisión insólita, menos si recordamos los severos daños psicológicos y esquizofrenia de varios sociópatas –como los asesinos en serie–, que a veces son producto de una longeva y salvaje experiencia y proyección de “desarmor”.
Al final Hannibal Lecter es un maligno ser antisocial por su sorprendente falta de remordimiento y de culpa, que hace pensar en figuras reales como Ted Bundy, en quien el novelista Thomas Harris se inspiró para modelar al villano Buffalo Bill. Pero también nos ayuda a pensar en quienes no son forzosamente violentos ni “rompen las leyes”, pero responden a las etiquetas del trastorno narcisista de personalidad. Aun así, si algo nos enseña este filme y el amor sentimental, es que un juicio a la ligera no sirve de nada.
Con esto y más, este clásico merodea por la oscuridad de la psique humana y las secuelas de la ausencia de identidad (con su clímax ocurriendo en un simbólico sótano oscuro y laberíntico). Supera al cine de género y nos hace dudar, al transformar a un asesino en serie y caníbal en una especie de héroe romántico que, a pesar de lo atroz que es, caballerosamente responde al favor de Clarice.
A un precio muy alto.
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