“Narcos: México” temporada tres
Qué hay en esos personajes que nos gustan tanto
Nora Morales
Publicado el 23 de Noviembre de 2020
Los negocios mal habidos, por utilizar la frase más de tía que pude recordar, han estado en nuestro mundo desde siempre, tal vez antes no existía el dinero pero obtener algo sin el esfuerzo que requiere “hacerlo bien”, parece impregnado en el ADN de los seres vivos de este planeta.
Tal vez sea por esa carga genética inventada en este artículo, o por la ley del menor esfuerzo, pero este tipo de prácticas atraen a todos los humanos, no para la praxis, sino para la admiración. La prueba fehaciente son las miles de historias sobre mafiosos, gangsters, narcotraficantes y en general, esos hombres (porque poco se habla de las mujeres) que viven al margen de la ley pero viven la vida que a toda persona honesta le gustaría vivir pero no puede.
Tal vez es ese el encanto principal de las historias de antihéroes modernos, que podemos apreciar la acción, el lujo y la vida que esas personas que existen, pero no tan cerca de nosotros. Esa aura que sólo puede atraer admiración por hombres complejos, que gastan mil dólares a la semana en gomas elásticas para atar fajos de billetes, o que deciden partir Cuba en cachos para construir el país de los casinos.
Debemos admitir que la industria cinematográfica se ha encargado de idealizar a los mafiosos, desde cintas tan bien hechas e icónicas como Scarface y El Padrino, donde los antihéroes eran estos hombres italoamericanos que todo lo hacían por su negocio y su familia.
Los tiempos han cambiado y las diversas mafias han dejado de tener el mismo auge, pensemos en The Irishman, de Scorsese que fue bien recibida pero no tan bien vista (también debemos admitir que tres horas y media de cinta no son fáciles de ver, a menos que se trate de Avengers: Endgame, pero eso es otro tema). Lo de ahora son los narcotraficantes, aquellos hombres hechos a sí mismos, casi todos latinos que llenan sus vidas de mal gusto porque poco saben del dinero.
No hace falta pensar en las películas de acción genéricas que cada tanto son estrenadas, los malos ya no son mafiosos (de cualquier minoría o nacionalidad exceptuando estadounidense), sino son narcotraficantes mexicanos. Y gran prueba de ello, son los cinco años que Narcos, la serie de Netflix, ha lanzado temporada tras temporada teniendo un rating envidiable, siendo una de las series más importantes de la plataforma de streaming.
Tal vez sea esa sensibilidad kitsch que encontramos en la riqueza absurda de Pablo Escobar, que quiso pagar la deuda exterior de Colombia, o en la fiereza llena de acción y complejidad que un hombre con sombrero, botas y un cuerno de chivo nos otorga. Tal vez sólo son estos héroes idealizados del pueblo que más se parecen a nosotros que un superhéroe rubio.
Tal vez sólo es el gusto morboso de ver una historia pegajosa con situaciones en las que la mayoría de los televidentes nunca estarán, porque al final, sigue siendo una idealización de un problema real. Pero aquí no venimos a leer lo que ya sabemos y está en cada página del periodico.
Incluso estas historias son casi como “cuentos de hadas” para los verdaderos narcotraficantes, y en su momento de auge, los mafiosos. Mario Puzo, autor de El Padrino, contó para Vanity Fair que “los mafiosos italoamericanos no se llamaban ‘padrino’ entre ellos, pero comenzaron a hacerlo cuando se estrenó la película.”
Claro, al final, vemos en esa glamurización de la vida criminal una ficción, que pocas veces se parecerá a la realidad, o contará la desesperanza y miedo que una persona puede sentir al saber que puede perder su vida en cualquier momento. Justamente como los militares han de sentir con las películas bélicas.
Sea como sea, la glamurización de un problema real, o simple señalización de minorías como criminales carismáticos, con la forzosa participación de un detective o policía o espía o lo que sea, rubísimo de nacionalidad estadounidense o similar, las series y películas de gangsters son el placer culpable de millones. Pensemos que de las series más famosas y vistas de Netflix, dos son acerca de criminales (Narcos y La casa de papel).
Es un tema que encanta a millones, al grado de convertirse en cultura pop en toda regla, la mayor prueba es que Bad Bunny, reggaetonero que poco se le conoce de actor, se integra al reparto de la tercera temporada de Narcos: México. Tal vez en una búsqueda de no perder público después de que Diego Luna, quien interpretaba a Felix Gallardo, no regresa a esta nueva temporada.
Poco sabemos de la fecha de estreno de Narcos: México por aquel pequeño inconveniente llamado pandemia, pero sabemos de qué podría tratar, así como algunos cambios tras bambalinas, así como los nuevos personajes que llegarán.
La temporada 3 examinará la guerra que estalla después de que el imperio de Félix se astilla cuando es sentenciado a prisión por sus delitos de tráfico de drogas. Mientras los cárteles recientemente independientes luchan por sobrevivir a la agitación política y la escalada de violencia, surge una nueva generación de capos mexicanos.
El elenco que regresa para la temporada 3 incluye a: Scoot McNairy, Jose María Yazpik, Alberto Ammann, Alfonso Dosal, Mayra Hermosillo, Matt Letscher, Manuel Masalva, Alejandro Edda y Gorka Lasaosa.
Y así como Diego Luna no regresará para la nueva temporada, Eric Newman, showrunner por cinco temporadas, dejará este cargo al cocreador de la serie, Carlos Bernard, pero continuará como Productor Ejecutivo.
Otra sorpresa es que Wagner Moura, quien interpretó a Pablo Escobar en las dos primeras temporadas de Narcos, llegará a la tercera temporada para dirigir dos episodios de la temporada.
Así pues, Bad Bunny interpretará a Arturo “Kitty” Paez, un miembro de una pandilla llamada “Narco Juniors”, unos “niños ricos y bien conectados de la alta sociedad que se unieron a la vida del cártel por dinero, drogas y violencia”, según la descripción de Netflix.
De igual forma, Luis Gerardo Méndez se une al reparto, interpretando a un oficial de policía de Juárez, México, que enfrenta un dilema moral; Alberto Guerra, por su lado, interpretará a un narcotraficante; y Luisa Rubino a una periodista que tiene la misión de exponer la corrupción y que le trae una historia aún más grande de lo que ella anticipó.
Todo se desarrollará en la década de 1990, cuando México presenció el surgimiento de nuevos capos de la droga, todo en medio de un país de por sí convulso.
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