Los tiempos del Cárcamo de Dolores

Un álbum fotográfico del pasado, presente y futuro

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Alberto Ugalde

Publicado el 17 de Enero de 2022

Los tiempos del Cárcamo de Dolores

¿Crees en los viajes en el tiempo? La respuesta puede ser un simple sí o no, pero la complejidad de este y otros conceptos admite un montón de significados. Quizá se pregunten por qué utilizo el término “crees”. No lo pienso equivocado, menos si unas bases de nuestra evolución, como el lenguaje y la memoria, son responsables de los viajes mentales entre distintos momentos.

Antes de interesarme en la memoria episódica que nos permite viajar mentalmente en el tiempo, me interesa conocer dónde es más fácil producir o tener recuerdos. Dejaré de lado las experiencias imaginadas, no fantasearé con el futuro ni abordaré (ni sé cómo) la reflexión del tiempo, que involucra esas regiones del cerebro que respaldan nuestra capacidad para recordar. Tampoco tocaré otros factores del momento, como la compañía o los imprevistos, las sorpresas o los muchas veces aburridos o cuadrados planes. Me enfocaré solo en detalles mínimos de la producción de recuerdos.

Rememoro frases como “Los edificios antiguos son como recuerdos que puedes tocar”. La cita parece precisa para subrayar el papel de los lugares, no solo antiguos, y encarnar nuestra actividad mental. Acto seguido, en mi disco duro tanteo lugares recorridos que funcionan como maquinitas temporales aun superiores al legendario DeLorean de Back to the Future. Más que visitar la prepa, el lejano Oeste o el futuro ochentero de la segunda parte de la trilogía cinematográfica, me gusta revivir destinos a los que vuelvo una y otra vez. Lo hago de forma cíclica, como si fuesen maldiciones o relaciones apasionadas (¿tóxicas?), asimismo vívidas y detalladas, el caso, por supuesto, de las detonadas por el Bosque de Chapultepec.

Este espacio y sus áreas son casi progresistas y hasta contrarrestan la huella de carbono (que no los progres que presumen lo que compran, comen y viajan… lo que consumen, consumen, consumen; esos no). En su perfil espiritual el lugar logra que los senderos, lagos, campos, sus incontables oportunidades y, por supuesto, los asistentes, sean el alma del pasado y presente de la Ciudad de México.

Foto: ProtoplasmaKid Licencia: CC BY-SA 3.0

Al fin y al cabo el Bosque de Chapultepec es uno de los lugares más icónicos de la capital. Ni se diga de la celebrada Primera Sección, aunque ahora prefiero hacer escala en la Segunda Sección, en específico en la increíble zona del Cárcamo de Dolores. Es aledaña al Lago y a la tristemente extinta Feria de Chapultepec, dentro de la extensa gama de gemas capitalinas de la travesía, como el Museo de Historia Natural. Son atemporales y nos seducen a visitarlas y pasear, correr, convivir, disfrutar y, si uso frases "acá", reconocernos a nosotros mismos.

El Cárcamo de Dolores o Cárcamo de Lerma se inauguró en 1951 tras años de construcción por un equipo encabezado por los ingenieros Eduardo Molina Arévalo y Guillermo Torres, el arquitecto Ricardo Rivas y la invaluable participación de Diego Rivera, quien realizó el diseño y labores de la fuente, así como el mural “El agua, origen de la vida”, de más de 200 metros cuadrados cubiertos, pues sí, de agua. Tiene una suerte de anfiteatro en uno de sus costados, además de una fabulosa zona verde y parece ocultar a pocos metros de distancia al Espacio CDMX, anteriormente el antiguo taller del Trenecito Escénico del Bosque de Chapultepec.


Foto: ProtoplasmaKid Licencia: CC BY-SA 4.0

La zona también cuenta con un museo interactivo, el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental (MHNCA), de divulgación científica cuyo propósito es estimular, documentar y difundir todas las actividades que promuevan el conocimiento acerca de las Ciencias Naturales (el Universo, la Tierra y la vida) y el fomento a la Cultura Ambiental entre los habitantes de la Ciudad de México.

Entre los ejemplares más emblemáticos del MHNCA, de acuerdo a la info oficial, se encuentra el oso polar, que recibe a los visitantes en el vestíbulo, y la réplica del Diplodocus, obsequiada en 1928 al Antiguo Museo de Historia Natural que estaba ubicado en el Palacio de Cristal del Chopo.

Como verán el área no es solo una máquina que produce recuerdos o un lugar que integra arte, ingeniería e identidad, sino una válvula de escape social. El desfogue es alternativo, no solo el de un campo de futbol, coliseo o ​​mercado. Es el de un espacio bello, abierto, soleado y más apacible que la estrella boscosa de Chapultepec, la Primera Sección.

Y sí, el viaje al pasado es teóricamente posible, según esto, en ciertas geometrías del espacio-tiempo de la relatividad general, que dicen basarse en conceptos de viajes más rápidos que la velocidad de la luz. ¿Pero qué hacemos si el paso del tiempo está en nuestras mentes? Nuestros cerebros, y/o mentes, miden de forma independiente el movimiento episódico y la capacidad de reconstruir mentalmente eventos personales del pasado. Como una pseudosíntesis de lo expuesto, no solo permiten imaginar escenarios futuros, sino, quiero creer, distinguir los recuerdos para, de manera aparentemente contradictoria, liberarnos de los mismos y de cualquier condicionamiento, en paz y alegres. De lo contrario al menos son espacios increíbles para lo que uno quiera, sin tanto rollo, para reconocernos a nosotros mismos como el comienzo, final y presente.

No se pierdan la aventura en el tiempo de la Segunda Sección de Chapultepec.

Imagen: Gobierno CDMX. Licencia: CC0

Dirección: Av. Rodolfo Neri Vela, Bosque de Chapultepec II Secc, Miguel Hidalgo.

Foto principal: ProtoplasmaKid Licencia: CC BY-SA 4.0

Alberto Ugalde


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