Evolución, el ojo humano y los inicios de la fotografía Parte I
Ciencia de lo humano. La mirada como forma de vida, el mundo de la fotografía. Capítulo I
Paulina Martínez
Publicado el 19 de Septiembre de 2022
La mirada ha sido, desde siempre, el misterio de la luz y sus efectos proyectados hacia nuestro cerebro para la creación de imágenes. Mientras los escritores hablan de apenas pronunciar algo para difamar su verdadero significado y esencia, quizá pueda tener sentido que apenas miramos algo y lo deformamos a nuestra perspectiva.
Tanto la mirada como el lenguaje, están anclados a la percepción de nuestros contextos, ángulos y demás factores externos e internos que solo dependen del sitio en donde nos paremos.
Más allá de las disertaciones sobre la interpretación, percepción y demás, lo que es verdad es que el ojo humano, y en general el ojo en todas las especies, ha sido un factor de estudio que ha debatido incluso hasta las creencias religiosas sobre por qué somos la especie “tocada” por dios.
Igualmente, se trata de una estructura tan compleja y precisa que hasta el mismísimo Darwin arrojó a un lado la idea de que estos fueran fruto de la evolución. Sin embargo, y como ya imaginamos, esto no tiene ningún sentido y fue descartado unos siglos después de que la ciencia demostró fervientemente que en efecto son fruto de la evolución.
¿De dónde se origina la evolución del ojo? Fue la mayor pregunta durante décadas, pero por fin se resolvió y parece tan poético como de ciencia ficción que todo nace de una simple mancha sensible a la luz compuesta de fotorreceptores.
Los cuales son unos mecanismos capaces de transformar la energía óptica de la luz que incide sobre ellos en energía eléctrica, este sorprendente proceso se conoce como transducción.
Dentro de nuestro planeta existen unas algas unicelulares que se llaman Euglena, mismas que cuentan con este mecanismo para guiarse hacia su alimento. Hablamos de un ojo muy primitivo, pero que da un primer paso a la evolución del ojo humano y las demás especies.
En esta ruta evolutiva, misma que es incierta y sin una verdadera dirección, el ojo obtuvo el efecto estenopeico, con el que se logra una mayor resolución y mejor enfoque. En este sentido, el paso definitivo en la evolución del ojo fue el desarrollo de la lente: una fina capa de células transparentes que fue cubriendo el agujero, probablemente para evitar infecciones.
Hoy en día, son estos lentes los que operamos para corregir problemas como la miopía, la hipermetropía, el astigmatismo, la presbicia y la catarata.
Asimismo, el globo ocular se llenó de líquido para mantener su forma, lo que mejoró la sensibilidad a la luz y la concentración de luz en un sólo punto, la retina.
Poco a poco, estos mecanismos mejoraron y se logró tener un enfoque de cerca y de lejos gracias a una lente flexible, control de la cantidad de luz que entra mediante el iris y su pupila, una parte frontal blanca y rígida que ayuda a mantener la estructura y glándulas lagrimales que generan una película que lubrica y protege el ojo.
Paralelamente al cerebro, la evolución del ojo consolidó nuestra especie en una capaz de percibir colores, texturas, profundidades y detalles del mundo que lo rodea.
En este sentido, y muchos años después, nuestra especie comenzó a comprender estos mecanismos y buscó recrearlos para capturar imágenes. Quizá no exista una máquina del tiempo que nos haga volver hacia el pasado o adelantarnos en nuestro futuro. Sin embargo, existe un artefacto que nos ayuda a congelar momentos, como si en vez de viajar en el tiempo lo inmovilizáramos.
Si nos ponemos estrictos, quizá hoy en día podemos hablar de viajes en el tiempo hacia el pasado y es que los telescopios de grandes gamas nos están dando un gran recorrido hacia los espacios y tiempos más recónditos de nuestro universo. Todo es cuestión de luz, luz viajera y percepción.
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